Vagabundo

 Elena nunca olvidaría el día en que llegó Vagabundo...

Era una fría mañana de julio, el último viernes de clases, antes de las vacaciones de invierno. Su madre les había dado ya su desayuno y se encontraba recogiendo las tazas de la mesa, cuando Elena abrió apresurada la puerta de calle, tropezando con un bulto peludo que emitió un leve quejido, al querer salir rumbo a la escuela. La risa de Coco la enfureció; pero su enojo se esfumó frente a la mirada tristona del pobre perro que había encontrado refugio de la helada nocturna en el porche de la puerta de entrada.


-Pobrecito -suspiró la niña- debés estar muerto de frío...
Su madre se acercó para ver lo sucedido.
-Vayan para la escuela, que ya se está haciendo tarde -les dijo su mamá- yo me ocupo del pobre animal. ¡Vamos, vamos, a la escuela! -y, con un leve empujoncito, los puso en marcha.
La mujer entró a la casa en busca de algo de alimento y agua; buscó entre los  trapos viejos, algo con qué improvisar una manta, pero para su sorpresa, cuando volvió a la puerta, el perro ya no se encontraba.
"Pobre, debió pensar que lo iba a echar...", se lamentó. Lo buscó alrededor de la casa y también por el camino hacia el pueblo, pero no logró hallarlo; dándose por vencida, entró a la casa y se dispuso a hacer los quehaceres diarios.
Al llegar a la escuela, los chicos entraron y, ya en el patio, escucharon la voz de don Genaro, el portero, gritando: "Fuera, que la escuela es para los chicos, no para los perros". Más tarde, al salir al primer recreo, Elena vio a su hermano Coco dándole galletitas al perro con el que se había tropezado a la salida de su casa. Les decía a sus compañeros que  era un perro muy bueno e inteligente, que se vería mejor que uno de raza fina ni bien lo bañase y que pronto le enseñaría un par de trucos para que don Genaro no lo encontrara. Se llamaba Vagabundo...
-¿Se puede saber qué estás haciendo con ese animal? -le preguntó su hermana, entre sorpendida, enojada y algo atemorizada.
-No se llama "animal" -le respondió contundente Coco- Su nombre es Vagabundo.
-Ah, ¿y quién te dijo su nombre? ¿El perro?
-¡Cómo va a decirme él su nombre! Yo le dije que se llama  Vagabundo, porque se nota que viene de andar por todo el mundo... Debe haber vivido muchas aventuras con piratas y valientes caballeros.
-¿Vos querés que don Genaro nos lleve a la dirección por un perro que ni siquiera es nuestro?
-¡Claro  que no es "nuestro"!; es mío, ¡y no te lo presto!
La seño Beatriz vio a los dos hermanos, con el perro echado a sus pies que parecía  entender cada palabra de la conversación. Se le dibujó una sonrisa en su rostro y, acercándose a Elena, le preguntó:
-¿Es tuyo?
-No -respondió Coco- es mío y ya le  dije que no se lo presto.
-En ese caso -dijo la maestra- sería mejor que le pidamos permiso a  tu maestro, y llevemos a tu amigo hasta el galpón del fondo, hasta que sea la hora de salida. Así, va a poder descansar de sus aventuras con los piratas y va a estar calentito, está haciendo mucho frío...
Y, tomando al pequeño de la mano, fueron a hablar con el maestro José, para luego dejar a Vagabundo en el galpón del patio trasero de la escuela. Don Genaro, accedió al que el perro se quedase, dejando bien en claro su desacuerdo.
-¡Lo único que falta es que ahora, a todos se le ocurra venir a la escuela con sus mascotas! ¡Estos maestros modernos...!
Al final de la mañana, Vagabundo acompañó a los chicos hasta su casa. Su padre había llegado del taller para almorzar y, al verlos entrar, preguntó:
-¿Y ese perro?
-Se llama Vagabundo,  es mío  y no lo presto -respondió Coco, mirando a su hermana- Viene de muy lejos, viajando en un barco pirata.
-¡Con qué volvió! -exclamó la mamá de los niños al ver al perro en la sala- Pobre, debe estar muerto de hambre...
-Bueno -repuso el papá- que almuerce y luego, puede  regresar con los piratas.
-¡No, papá! Ya te dije que es mío y no lo  presto...
-Precisamente -le  regañó su padre- si no lo vas a "prestar", no  se puede quedar. Porque los perros no son un muñeco de peluche, son parte  de una familia, de toda la familia.
Coco se entristeció. Vagabundo se acurrucó  a los pies del papá como pidiendo que perdonara al niño y lo  dejara quedarse.

-¿Ves? -le dijo su padre, acariciando a Vagabundo- él quiere quedarse, con todos... ¿Qué decís, vas a dejar que juegue con todos y qué todos lo cuiden a él?
Vagabundo miró suplicante a Coco.
-Bueno -respondió  finalmente el pequeño- se lo  presto...
Vagabundo ladró feliz y, moviendo su  larga cola, empezó a corretear por toda la casa... su nueva casa.

Ale Soria

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