Ceniza

 Ceniza

La llegada de la primavera siempre era especial en Ameprala. Se recibía con un gran festejo en la plaza central del pueblo, donde todos los floricultores de la zona, traían sus mejores plantas y arreglos florales, había un gran almuerzo comunitario, números artísticos y juegos. Todo el pueblo parecía volver a la vida después del largo invierno. Pero de todas las primaveras, hubo una que Elena nunca olvidaría...

Aún el frío invernal se hacía sentir, por lo que la mañana amaneció fresca. Su mamá ya tenía desde temprano todas sus macetas ordenadas y listas para terminar su stand en la plaza desde la noche anterior y estaba muy ansiosa por saber si ese año recibiría por fin el tan deseado premio al mejor arreglo floral para su vivero. Su papá tenía la camioneta en la puerta y estaba ayudando a su esposa con todo lo que debía llevar a la Fiesta de la Primavera. Elena y Coco vestían sus mejores vestidos, aunque algo desilusionados por tener que llevar aún abrigo. Vagabundo mucho no entendía todo ese movimiento pues era su primera primavera con la familia y tenía cierto temor de que se estuvieran mudando y perder otra vez su hogar. Cuando el padre lo subió en la camioneta junto a los niños, se quedó más tranquilo, aunque un olor extraño en el fondo de la casa llamó su atención; la camioneta ya estaba en marcha por lo que tendría que esperar al regreso para saber quién era el intruso, el problema de ser perro es que los humanos son demasiado tontos para entender el significado de su ladrido y, ansiosos como estaban por partir, tuvo que callar y esperar al regreso, porque imaginaba que la familia regresaría a su casa, los humanos suelen regresar...



La fiesta estaba por empezar; la madre de Elena acomodó rápidamente todo en su stand, mientras su esposo hacía las reservas para el almuerzo y vigilaba que los chicos no se perdieran entre la multitud. Vagabundo estaba un poco aturdido por tanto movimiento pero su buen olfato hizo que en pocos minutos tuviera perfecta ubicación de todo el lugar y de su familia, especialmente de los chicos.

Fue un largo día de juegos, música, danza y abundante comida. Y, al final de la jornada, la madre de los muchachos subió feliz a recibir el 1er. Premio al mejor arreglo floral de la Fiesta de la Primavera. Más fotos, risas y festejos familiares, cerraron aquel día y, terminada la jornada, toda la familia regresó a casa.

Ni bien llegaron, Vagabundo salió corriendo hacía el fondo de la casa; los ladridos alarmaron al padre, pero al llegar junto a Vagabundo, no vio nada extraño. La insistencia le ganó a Vagabundo un regaño, y pensó: "¡Estos humanos! Con esas narices flojas que tienen, no entienden nada... Tendré que quedarme haciendo guardia hasta que atrape a ese intruso y le dé su merecido."

Su amo, mientras tanto, preparó un poco de leña para encender la parrilla y asar unos chorizos para la cena. Ni bien empezó a arder las primeras chispas, una sombra negra salió disparada de debajo de la parrilla y se perdió en lo alto de los árboles.

-¡Con razón chumbabas tanto! -le dijo a Vagabundo que había intentado alcanzar al intruso, sin suerte- No te preocupes, amigo, ya encontraremos un buen gato que te ayude con esos bichos...

Vagabundo sintió estremecerse de ira su lomo, ¡un gato! ¿para qué un gato estando él en la casa? Los humanos son muy tontos, no le quedaba duda.

Después de la cena, entre el cansancio y el frío al que no le importaba la llegada de la primavera, todos se durmieron rápidamente. Todos los humanos de la casa, claro, porque Vagabundo seguía vigilante; ni era una rata, ni se había alejado de la casa el intruso, ¡ya le daría su merecido!

El ladrido de Vagabundo despertó a Elena que, cubriéndose con un abrigo, abrió la ventana de su cuarto y llamó al perro para que se serenara; el resultado fue justo lo contrario. El tenaz sabueso parecía endemoniado y era evidente que quería que fuera junto a él, algo pasaba. Tomó pues, una linterna y, silenciosamente, bajó las escaleras para ir por la cocina,  hasta el quincho del fondo. Coco la asustó al entrar en la cocina.

-¿Qué estás haciendo acá? -le preguntó la niña.

-Lo mismo que vos -respondió Coco- algo le pasa a Vagabundo, debe haber entrado una bruja a hacer algún hechizo a la parrilla del quincho; está furioso y yo lo voy a ayudar a darle su merecido antes de que se despierte papá...

-¡Las brujas no existen! -exclamó su hermana- Debe ser alguna rata, ¡cómo extraño a Luna! Ninguna se le escapaba a mi gata...

-No tengas miedo, Vagabundo no va dejar que entré... ¡y yo tampoco! Te vamos a defender.

Elena hizo una mueca de ternura, pero la hermana mayor era ella y sería ella quien se encargaría con su perro de espantar al temible roedor, por mucho que le aterrara su presencia.

Abrió lentamente la puerta trasera de la cocina; Vagabundo la esperaba en la entrada del quincho, listo para atacar, ni bien abriese el portón; pero, al entrar al quincho, un leve sonido se escuchó sobre la parrilla. Entonces, se encendieron dos brazas pequeñas, blanquecinas y Coco exclamó, lleno de temor:

-¡La bruja!

Ese destello era bien conocido para Elena, y la serenó.

-Claro que no es una bruja -tranquilizó a Coco, iluminando la parrilla con su linterna.

-¡Cuidado, se mueve como un...! ¿gato? 



-Por supuesto que se mueve como un gato...

-¿Se puede saber que están haciendo a está hora acá? -preguntó su papá, encendiendo la luz del quincho.

-Rescatando este pobre gatito de Vagabundo -respondió Elena tomando suavemente al gato que reposaba sobre la ceniza tibia aún de la parrilla- Pobrecito, se debe haber refugiado acá escapando del frío... y de los perros malos que le chumban -concluyó mirando con enojo a Vagabundo.

-Mi perro... perdón, nuestro perro estaba protegiendo nuestra casa de las brujas -lo defendió Coco.

-Bruja, perro o gato, ya es muy tarde para que estén despiertos a estas horas -dijo su papá- A ver, dame ese gato que te va a llenar de ceniza y vayan a acostarse, que mañana tienen que madrugar para ir a la escuela. Yo me ocupo de dejar a nuestro nuevo amigo abrigado y seguro de sabuesos guardianes...

Vagabundo se echó en su cucha furioso; él afuera y ese montón de pelos en la casa. Si no quedaba más remedio que tener que convivir con un gato, mañana, bien temprano, a primera hora del día, le explicaría quién mandaba en la manada. Pero a Ceniza, muy cómodamente ronroneando a los pies de su amita, poco le importaba quién tenía el mando...

Ale Soria. 

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